En busca de Frank Zappa
Kevin Dolgiin
Traducción de Iván Hurtado
En 1995 un grupo de fans en Vilnius levantó una estatua de Frank Zappa cerca al centro de la ciudad. Fue esculpida por Konstantinas Bogdanas, y es la única estatua pública de Frank Zappa en el mundo. Previamente, Bogdanas había gastado muchos años fundiendo bustos de Lenin, quien no era ni de lejos tan buen guitarrista como Zappa. Debe ser indicado que Frank Zappa nunca tuvo nada que ver con Vilnius, nunca puso un pie en Lituania, y no tenía una gota de patrimonio lituano. Pero, ni qué decirlo, como yo iba a estar en Vilnius, era evidente que debía encontrar esa estatua y rendir homenaje al gran raro.
Llegué a Lituania exactamente una semana después de que el país se uniera oficialmente a la Unión Europea, un evento que fue recibido con una mezcla de alegría y una especie de vindicación por la mayoría de lituanos (“Sí, somos parte de Europa occidental… siempre hemos sido parte de Europa occidental y no estamos más al este que Finlandia, que todo el mundo dice es parte de Europa occidental”). Debido a otros compromisos, pasaron un par de días antes de que saliera en mi búsqueda de Zappa, pero cuando llegó la hora, empaqué los accoutrements necesarios (mapa de la ciudad, gafas de sol, esfero y papel) y pregunté a la recepcionista del hotel dónde estaba la estatua. Me miró con sus ojos grises (tengo la impresión de que todas las mujeres lituanas tienen ojos grises; los hombres deben tenerlos también, pero en realidad no lo noté) y suspiró (también tengo la impresión de que los lituanos suspiran mucho). Después cogió mi mapa e indicó un punto justo al otro lado del río.
“Pienso que es aquí”, dijo. Luego cogió el mapa otra vez e indicó un punto diferente. “O aquí. Sé que hay una estatua aquí”.
“Hum, ¿está segura de que es Zappa? ¿Guitarrista americano, bigote grande?”
Dijo que estaba segura, pero yo no estaba tan seguro de que estuviera segura. De cualquier forma, qué diablos. Atravesé el río y caminé por una agradable calle delineada por árboles y bordeada por montones de tienditas a la moda. Ningún Zappa. Decidí preguntar a una de las mujeres de ojos grises que manejaban un quiosco de revistas. Empecé por preguntarle si hablaba inglés, o en tal caso, francés, italiano o alemán, pero ella sólo suspiró y sacudió la cabeza. Pregunté por Zappa, pero creo que ella pensó que me refería a un idioma (¿dónde hablaría uno Zappa?), y continuó sacudiendo la cabeza.
Esta conversación se repitió muchas veces. Le pregunto a una mujer de un quiosco o a un taxista lituanos si hablan algún idioma que yo hable, la persona suspira y sacude la cabeza, luego parece desconcertado cuando digo “¿Frank Zappa?”, mientras hago un gesto cerca de mi labio superior que se supone indica un bigote poblado. El problema era que muchas de estas amables personas tanto querían ayudarme que tomaban mi mapa e indicaban un lugar en él, aunque estoy casi seguro de que en verdad no tenían ni idea qué estaba preguntando. Debe ser que la palabra zappa o algo parecido significa árbol o lugar pastoso o esquina anodina en lituano, y toda esta gente pensó que yo estaba buscando el más cercano, porque muchas de sus direcciones llevaban sólo a atracciones como éstas.
Así que vagué por Vilnius, que, cuando todo está dicho y hecho, no es tan mal destino. El centro de la vieja ciudad es muy agradable, con un toque vagamente alemán o tal vez escandinavo... muchos edificios de piedra ordenados, plazas calladas, fachadas amarillo y beige pálidos. La ciudad también parece repleta de espacios verdes. Estos, sin embargo, no son los espacios verdes de Londres, con pasto cortado por jardineros ingleses fastidiosos empuñando tijeras… no, estos son espacios verdes casi salvajes, con pasto que está muriendo por ser libre, pasto que quiere crecer y engordar con semillas.
No es que estos pequeños parques y similares estén descuidados, ni nada tan desagradable como eso. Parecen la zona verde de la casa de una familia interesante pero no particularmente ordenada, que debe tener uno o dos gatos. No son mugre, pero tampoco un brillo en el amoblado, ni la media suelta en el espaldar de una silla. Un parque así parece corresponder más o menos a un posible lugar de Zappa, indicado por una mujer de quiosco de ojos grises, y sin duda contiene una estatua... de alguien cuyo nombre puede ser Petras Cirkej, si leí la escritura bastante inusual correctamente. Un tipo nada feo, pero definitivamente no Frank Zappa.
No obstante, cerca a Petras encontré a alguien que hablaba una pequeña cantidad de inglés, lo que fue refrescante. Este joven lo pensó, luego explicó que Zappa debía ser encontrado en un área más hacia el sur, que me mostró en el mapa. Inmediatamente cogí hacia el área que había encerrado con un círculo.
Esto me llevó un poco fuera del encantador centro de la ciudad, a un barrio de monótonos bloques de apartamentos de estilo soviético, donde edificios de bloques de ladrillos se levantaban unos cuantos pisos por encima de parqueaderos de concreto y extensiones de mugre. Yo había escuchado vagamente que la estatua de Zappa estaba en una especie de república autoproclamada de rareza dentro de la ciudad de Vilnius, con su propia bandera y escuela, y me pregunté si tal vez no sería este complejo de apartamentos. Aunque no parecía tan contracultural. Entonces, vagué por los sucios caminos buscando una pequeña plaza que pudiera albergar a Zappa, pero en vano.
Y luego esuché un riff de guitarra, uno que pensé reconocía que era de “Shut Up ´N Play Yer Guitar”. ¡Ah! Esto indudablemente venía del equipo de un fan de Zappa, probablemente sentado bajo la estatua escuchando álbumes viejos, justo como todas esas almas arrepentidas que desean desesperadamente haber vivido en los sesenta, y que permanecen en la tumba de Jim Morrison en el Père Lachaise en París. Caminé penosamente hacia el sonido, topando con una o dos calles cerradas, hasta que logré llegar al área general. Para el momento en que me acerqué, había parado la música, y la estatua no estaba por ningún lado. Quién sabe, tal vez Zappa había estado jugando con mi cabeza desde el más allá, que es justo el tipo de cosas que uno podría esperar que su fantasma hiciera si pudiera. O tal vez sólo se había hecho tarde y yo estaba cansado y hambriento y enloqueciéndome con el asunto.
Dada la última posibilidad, decidí comer y tomar, entonces me dirigí de vuelta al centro a Zemaiciu Smuckle, uno de los pocos lugares que sirve cocina lituana en Vilnius (como de costumbre, he dejado por fuera una miríada de garabatos que mi computador es incapaz de reproducir). Había descubierto el lugar pocos días antes, cuando un amigo lituano me llevó allí. Cuando nos decidíamos por un restaurante, él preguntó:
“¿Qué clase de comida quieres comer?”
“¡Lituana!”
“Estás bromeando, ¿cierto?”
A pesar de su evidente falta de entusiasmo por su cocina nativa, fuimos a Zemaiciu Smuckle, del que se debe decir tiene excelente cerveza. Uno también puede probar delicadezas como orejas de cerdo hervidas, que son consideradas un pasabocas de pub en Lituania, “zeppelins”, que se llaman así porque tienen forma de zeppelines, aunque no son ni de cerca tan ligeros. Zeimaiciu Smuckle está lleno de turistas, mientras que el restaurante francés de al lado está lleno de lituanos, lo que es como una especie de pista, supongo. El sitio francés, sin embargo, no tiene fresquísimos comedorcitos abovedados —en los que uno toma asiento frente a una pesada mesa de madera— regados por todas partes, ni tiene tantas armas en las paredes.
He llegado a la conclusión de que hay un cinturón de “armas en las paredes” extendido desde el Rhin hacia el borde este de Europa. Los restaurantes al este del Rhin parecen tener una inclinación por colgar en sus paredes arcos y espadas y hachas y cosas así. Al final de nuestro pequeño comedor colgaban cruzadas hachas de batalla que eran más largas de lo que uno imaginaría necesario, mientras sobre mi cabeza colgaba una estrella de la mañana que no estaba tan bien atada a la pared como yo hubiera querido. Esto no es inusual una vez que uno cruza hacia Alemania y se dirige al este. Nunca he visto un arma colgando en una pared de un restaurante en Francia o Italia.
Mientras comía mi sopa de pato (yo tenía que probar la sopa de pato en homenaje a Groucho; no estaba buena), pensé en preguntarle al mesero sobre Zappa. Su primera respuesta fue que la estatua estaba en Kaunas, no Vilnius, pero yo sabía lo suficiente para insistir en que estaba equivocado. Dijo entonces que le preguntaría a sus colegas y regresaría. Después de un rato volvió con un mapa. “¡Acá!”, proclamó, con tanta seguridad que ni siquiera se me ocurrió dudar de él. Como el “acá” al que se refirió no estaba tan cerca de donde yo estaba, y como se estaba haciendo tarde, paré un taxi y le señalé mi destino en el mapa al taxista, que respondió con un entusiástico “¡Seguro, jefe!” y luego aceleró como si le estuviéramos llevando un corazón fresco a un paciente en espera de un trasplante. Durante carreras en taxi como ésta, tengo una estrategia de supervivencia personal, que es cerrar los ojos. Cuando uno hace eso, el balanceo del carro es de hecho bastante relajante, y mientras aún hay probabilidades de estar a punto de morir en un horroroso accidente automovilístico, es menos probable desarrollar enfermedades crónicas relacionadas con el estrés, como la alta tensión.
Esta vez, encontré una estatua de un hombre llamado algo así como Giurtonaz. No era tan bien parecido como Cirkej, pero al menos tenía un lindo bigotote poblado, lo que era un paso en la dirección correcta.
A la mañana siguiente, tenía un viaje muy temprano a mi casa en París, y entonces asumí que mi viaje lituano terminaría sin haber conocido la efigie de bronce de Frank Zappa. En un último intento desesperado, le pregunté al recepcionista mientras hacía el check out (un recepcionista diferente). Suspiró, y me explicó exactamente dónde podría encontrar la estatua, luego preguntó cuál era mi álbum de Zappa favorito (para el registro: Weasels Ripped My Flesh, por el título tanto como por la música). Le ped_ al taxista que manejara despacio, hacia Zappa, y luego hacia el aeropuerto, lo que hizo, excepto por lo que concernía a manejar despacio.
Y ahí estaba Frank. La estatua es un busto de bronce en una alta columna de acero apenas saliendo de la calle Kaulinausko. Zappa parece demasiado majestuoso, más como el Balzac de Rodin que como un hombre que nombró a sus hijos Moon Unit y Dweezil. Pero debe ser recordado que Bogdanas había gastado algo así como cincuenta años de su vida esculpiendo líderes políticos soviéticos. La estatua está rodeada de paredes cubiertas de grafitis artísticos (y algunos menos artísticos) con temas musicales (excepto por la figura de South Park). Hay un par de pequeñas bancas marrón cerca de ella, en caso de que alguien se ponga pensativo.
Sin embargo, no tenía tiempo de sentarme. Ya se me estaba haciendo tarde, y aunque Vilnius es de hecho un buen lugar para visitar, era tiempo de volver a casa, poner Burnt Weeny Sandwich en el reproductor de CD, y recordar cómo sonaba Frank Zappa cuando todavía honraba al planeta con su presencia.