Acompañado en el gimnasio por el Sheik Yerbouti de Frank Zappa
Miroslav Panciutti
Esta tarde la música que me ha acompañado en el gimnasio ha sido el Sheik Yerbouti de Frank Zappa (1979). Hacía bastante tiempo que no oía a Zappa; sus CDs estaban vetados por R. durante mi vida en pareja (no soportaba la locura de su guitarra). Y hoy he comprobado que es un acompañamiento fantástico para correr en la cinta y machacarse con más ánimo los músculos.
Pero esta tarde, además, Zappa me ha evocado recuerdos de mis 19, 20, 21 años. El grupo de entonces, tan lejano en el tiempo (y en el espacio); la casona del XIX donde nos juntábamos a pasar tardes, noches y madrugadas; los tableros de cada uno en el perímetro de las paredes de la mitad de la gran sala y en la otra mitad un colchón desvencijado (donde caíamos cuando no aguantábamos más) y la mesa con el toca-cassette (y las peleas por la música que debía sonar en cada momento). Vicen nos abrumaba con Jethro Tull y Genesis, Carlos variaba entre bluesmen americanos, algo de jazz y rockeros simplones de los 60, Oscar se descolgaba con cursiladas que nos enervaban aunque fue el que "descubrió" a ese grupo nuevo llamado Queen (para las hermanitas de los que disfrutan con Led Zeppelin, dijo alguien), yo abusaba de Dylan, pero también de los Rolling y de los colegas británicos de entonces, Loren tenía quizás el abanico más amplio; y él fue quien nos presentó a Frankie.
Éramos todos tíos, cinco fijos y dos o tres que se añadieron los últimos años de la universidad, aunque nunca de forma permanente. Hubo algunas chicas, pero solo tres pasaron el filtro y se quedaron con continuidad: Mariña (que luego se casó con Loren), Dodó y Meche (que provocó alguno de mis patéticos poemas de entonces). Otras que pasaron por allí pretendieron poner sus músicas y fueron desterradas. Eran los años en que la moda era el Disco tras el furor de Saturday Night Fever. Y nosotros hacíamos cuestión de principios odiar a los Bee Gees y toda esa ralea (con los años he dejado de ser tan radical). Así, después de una canción dulzona propuesta por alguna de esas invitadas, poníamos el Purple Haze de Hendrix, el Misty Mountain Hop de los Zeppelin o cualquier solo de guitarra de Zappa ... Y este era el más efectivo para dejar claras las reglas de la Casona.
Pasaron los años, acabó la universidad y nos separamos; un océano entre ellos y yo. Hacia finales de los 80, creo recordar, Loren y yo coincidimos en Madrid y juntos, con otros amigos, acudimos a un concierto de Zappa. Lo recuerdo denso, casi sin concesiones (ni una de los temas "fáciles" como los del Sheik Yerbouti), abusando hasta la extenuación de la guitarra y fumando sin parar (y dejando de vez en cuando el cigarro entre las cuerdas). Loren ya estaba casado y tenía dos hijas pequeñitas, pero seguía igual. Ahora no estoy seguro si volví a verlo. Unos años después, creo que en el 95, fue el accidente aéreo y su terrible muerte a los treinta y pocos. Me dolió tanto que me paralicé por dentro; no recuerdo sin embargo haber llorado.
En fin, me pongo melancólico, pero es que esta tarde Zappa me ha recordado esa época. Ahora Frankie, como Loren, ya no está. Pero de él queda su sarcasmo y su virtuosismo con la guitarra y de Loren a mi me quedan muchas cosas que ahora no quiero escribir.
Y recurriré al viejo rockero fallecido para burlarme de mi mismo:
“Los corazones rotos son para gilipollas”
(tampoco es así, pero permítaseme la ironía).
Esta tarde la música que me ha acompañado en el gimnasio ha sido el Sheik Yerbouti de Frank Zappa (1979). Hacía bastante tiempo que no oía a Zappa; sus CDs estaban vetados por R. durante mi vida en pareja (no soportaba la locura de su guitarra). Y hoy he comprobado que es un acompañamiento fantástico para correr en la cinta y machacarse con más ánimo los músculos.
Pero esta tarde, además, Zappa me ha evocado recuerdos de mis 19, 20, 21 años. El grupo de entonces, tan lejano en el tiempo (y en el espacio); la casona del XIX donde nos juntábamos a pasar tardes, noches y madrugadas; los tableros de cada uno en el perímetro de las paredes de la mitad de la gran sala y en la otra mitad un colchón desvencijado (donde caíamos cuando no aguantábamos más) y la mesa con el toca-cassette (y las peleas por la música que debía sonar en cada momento). Vicen nos abrumaba con Jethro Tull y Genesis, Carlos variaba entre bluesmen americanos, algo de jazz y rockeros simplones de los 60, Oscar se descolgaba con cursiladas que nos enervaban aunque fue el que "descubrió" a ese grupo nuevo llamado Queen (para las hermanitas de los que disfrutan con Led Zeppelin, dijo alguien), yo abusaba de Dylan, pero también de los Rolling y de los colegas británicos de entonces, Loren tenía quizás el abanico más amplio; y él fue quien nos presentó a Frankie.
Éramos todos tíos, cinco fijos y dos o tres que se añadieron los últimos años de la universidad, aunque nunca de forma permanente. Hubo algunas chicas, pero solo tres pasaron el filtro y se quedaron con continuidad: Mariña (que luego se casó con Loren), Dodó y Meche (que provocó alguno de mis patéticos poemas de entonces). Otras que pasaron por allí pretendieron poner sus músicas y fueron desterradas. Eran los años en que la moda era el Disco tras el furor de Saturday Night Fever. Y nosotros hacíamos cuestión de principios odiar a los Bee Gees y toda esa ralea (con los años he dejado de ser tan radical). Así, después de una canción dulzona propuesta por alguna de esas invitadas, poníamos el Purple Haze de Hendrix, el Misty Mountain Hop de los Zeppelin o cualquier solo de guitarra de Zappa ... Y este era el más efectivo para dejar claras las reglas de la Casona.
Pasaron los años, acabó la universidad y nos separamos; un océano entre ellos y yo. Hacia finales de los 80, creo recordar, Loren y yo coincidimos en Madrid y juntos, con otros amigos, acudimos a un concierto de Zappa. Lo recuerdo denso, casi sin concesiones (ni una de los temas "fáciles" como los del Sheik Yerbouti), abusando hasta la extenuación de la guitarra y fumando sin parar (y dejando de vez en cuando el cigarro entre las cuerdas). Loren ya estaba casado y tenía dos hijas pequeñitas, pero seguía igual. Ahora no estoy seguro si volví a verlo. Unos años después, creo que en el 95, fue el accidente aéreo y su terrible muerte a los treinta y pocos. Me dolió tanto que me paralicé por dentro; no recuerdo sin embargo haber llorado.
En fin, me pongo melancólico, pero es que esta tarde Zappa me ha recordado esa época. Ahora Frankie, como Loren, ya no está. Pero de él queda su sarcasmo y su virtuosismo con la guitarra y de Loren a mi me quedan muchas cosas que ahora no quiero escribir.
Y recurriré al viejo rockero fallecido para burlarme de mi mismo:
“Los corazones rotos son para gilipollas”
(tampoco es así, pero permítaseme la ironía).
1 comentario:
que bonito relato...
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